El nacionalismo musical extrajo su motor de muy diversas fuentes. El caso norteamericano es especialmente curioso, ya que su máximo impulsor teórico fue Antonin Dvoràk, quien a través de un famoso escrito animó a los compositores norteamericanos a descubrir su espíritu nacional. Fue Charles Ives, y sólo parcialmente, el primero que le hizo caso tomando melodías de su Conneticut natal. Dvoràk, representante del nacionalismo musical checoslovaco porque tomó melodías y danzas bohemias y compuso obras como sus Danzas eslavas, tiene dos obras que apuntan, al menos nominalmente, al nuevo continente: la Sinfonía del nuevo mundo y el Cuarteto americano. Pese a todo, su música es sin lugar a dudas antes romántica que checa o yanqui. Otro ejemplo de nacionalismo y un jamón es el de Jean Sibelius, quien se inspiró en Finlandia para Finlandia: lo finlandés de su música se refleja en una atmósfera cargada de penumbras sombrías, estáticas y heladas con sabor a montaña, a lago, a mar Báltico y a bonito del norte portadoras de un intimismo peculiar escandinavo y sólo escandinavo...(je, je). Todavía no sé qué tiene de finlandés el Concierto para violín y orquesta (a mí me recuerda a Alermania, en fin). Bernstein nos contesta qué es lo que hace que la música suene americana (menos mal).